viernes, 8 de marzo de 2013

EDITORIAL: Ética política


Hay quienes creen que la simple firma de pactos sobre cuñas publicitarias transforma los partidos y políticos en portaestandartes de una ética sin límites. Algo semejante a una repentina conversión pentecostal que los transforma en apóstoles de una nueva era electoral. No les importa el pasado de procesos judiciales por dinero negro, ni el turbio historial de malversaciones y nepotismo rentado. Pero los panameños ya los conoce por sus obras y no por ‘spots’ propagandísticos y no caerán en las trampas de un mecanismo mañoso y estreñido, concebido para que los sobrevivientes del parque jurásico de la política se disfracen de monopolistas de verdades, encubridoras de los mensajes de una desacreditada mitomanía electoral.
La ética es un compromiso moral, testimoniado por una hoja de vida puntualizada por los hechos públicos y privados de cada cual a través del tiempo. Quienes han hecho de la política una profesión lucrativa, sufragada por los contribuyentes cada 4 años; quienes se empeñan en regresar al poder para que la administración estatal sea la sucursal de la burocracia emplanillada por los partidos; quienes, a última hora, pretenden que un pacto dudosamente ético podría tener el efecto disolvente de un detergente que borre las manchas del “Pele police” político; deben tener presente que los votantes no son amnésicos y tienen suficiente claridad para distinguir a los malos políticos maquillados como buenos.
Podrán llamar guerra sucia al destape de sus antecedentes de sordidez política. Podrán refugiarse en la privacidad de su récord policivo. Llamarán calumnia a la verdad, injuria al esclarecimiento de sus rejuegos oscuros, insulto al recuento transparente de pormenores del patio limoso de su trayectoria.
Se comprobará entonces que llaman pacto ético a una burda componenda para impedir que los votantes conozcan quién es quién. Los que propusieron la firma del pacto ético, con indudable buena voluntad en beneficio de la concordia nacional, comprenderán, tarde o temprano, que un pacto de esa naturaleza no debe constreñirse a la vigencia temporal de las elecciones, sino que debiera constituirse y extenderse como un acuerdo permanente e imperecedero de defensa de la honestidad de la administración pública.
Los deshonestos, defraudadores de los intereses nacionales, tienen que aportar pruebas concretas que han cambiado, que no repetirán las tropelías que los enriquecieron en el pasado, a manera de un certificado de compromiso moral, para que los panameños juzguen si aceptan o rechazan el arrepentimiento, y los perdonan o no los redimen por sus malas prácticas.
Pero el infierno está empedrado con buenas intenciones. El pueblo olfatea las mentiras de los dinosaurios que se visten de cachorros, y de los cómplices de la dictadura y la gerontocracia, ahora ungidos como intransigentes defensores de la Constitución. El pueblo ya no come cuentos. El pueblo no se asusta con historias de la tulivieja política. Reclama hechos y desestima promesas. Comprende que el llamado pacto ético es una artimaña de los políticos históricos para que no se sepa la verdad de las promesas incumplidas y para que se esconda la realidad del pasado vergonzante.

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