domingo, 14 de octubre de 2012

Corrupción y manipulación en medios: Xavier Sáez-Llorens


Sé que piso terreno minado. Cuando uno ataca al periodismo, sus integrantes hacen piña y, valiéndose de micrófonos, cámaras o diarios, trituran al atrevido. Los que se sienten aludidos son usualmente los primeros en desprestigiar. Me tiene sin cuidado. Después de 13 años de columnas en este rotativo, ya incluí en mi currículo la maestría en receptoría de diatribas e insultos. Ya hasta me divierten. Siempre he cuestionado al gremio médico por no contar con un tribunal ético funcional para reprender a galenos holgazanes, charlatanes o negligentes. Igualmente, nunca he visto al colegio de periodistas desempolvar su código deontológico, para censurar a miembros irresponsables o coimeros. Ambas instancias confunden compañerismo con complicidad. Es habitual observar a periodistas evaluando las actuaciones de otros ciudadanos. Pero, ¿quién los valora a ellos? En nombre de la cacareada libertad de expresión y del derecho a no tener que desvelar los pusilánimes confidentes, se falsea o amaña información con inusitada regularidad. Que yo recuerde, solo tres comunicadores han denunciado públicamente a colegas por inmorales comportamientos, Herasto Reyes, Maribel Cuervo de Paredes y Juan Carlos Tapia.

Hace dos décadas, en los primeros años posinvasión, Bobby Eisenmann sugirió al entonces jefe de la unidad investigativa de La Prensa, Herasto Reyes, rastrear la corrupción en los medios. Existía la presunción que, durante la dictadura militar, jerarcas del PRD y secuaces castrenses, sobornaban a reporteros para callar o embellecer noticias a conveniencia del régimen. Se pretendía saber si quedaban resabios de esas deplorables prácticas. Reyes descubrió una red de putrefacción generalizada, mucho más acentuada en televisión que en radio. No se revelaron nombres (curiosamente cuando se trata de otros, los medios ventilan sus identidades) pero el señor Eleta, al conocer detalles, despidió, entre otros, al director de noticias en RPC. Maribel, cuando fungía como directora del Centro Latinoamericano de Periodismo, reconoció la imperiosa necesidad de promover la ética periodística. Ella ha sido un baluarte en la lucha para exigir que sus camaradas no se dobleguen ante los intereses económicos y políticos del entorno. Tapia, en su popular programa boxístico, ha arremetido en múltiples ocasiones contra articulistas calumniadores y extorsionadores. Ganó una demanda millonaria contra El Siglo por injurias de gacetilleros ya fallecidos. Recientemente, recriminó a un conocido presentador matutino por su imprudente manejo de una crisis sanitaria y extralimitación de roles al emplear su tribuna mediática para acusar sin fundamento. Además, dejó al descubierto el mercantil uso de su rating para verter propaganda engañosa sobre un dispositivo que eliminaba radiaciones de teléfonos celulares.

He conversado con fuentes fiables de los últimos cuatro gobiernos democráticos y todos me han confirmado que numerosos políticos, para mejorar su imagen personal, entran en contubernio monetario con reporteros de televisión y radio. El honorario a pagar varía según el nivel de audiencia del comunicador. Algunas estrategias utilizadas para atraer la coima son: anunciar anticipadamente que viene una bomba informativa; revelar la impactante crónica sin ningún filtro técnico previo; bombardear recurrentemente la misma reseña de manera desmedida al suceso en cuestión. Si el personaje afectado cae y paga, la noticia entra en silencio o maquillaje cosmético; de lo contrario, el linchamiento continúa sin asco. Puede suceder, también, que haya dádiva de la oposición para perpetuar la crítica. Otra táctica es masacrar al funcionario primero y luego abrir el micrófono para que radioescuchas derramen comentarios y generar su sesgada encuesta. En estadística, se sabe que los quejosos aunque sean minoría, son los más ruidosos y proclives a llamar, particularmente cuando el reportero ha utilizado verbo incendiario con antelación.

Es costumbre culpar a políticos y empresarios de la corrupción en cualquier sociedad. La lógica indica que estas figuras, por su posición de poder y acceso a información privilegiada, son las más propensas a cometer actos ilegales u obscenos. Si pretendemos sanear al país, empero, debemos incluir a los medios en esa putrefacta telaraña. Aunque estoy seguro que la mayoría de periodistas trabaja con dignidad, hay algunos que mantienen la simbiosis delincuencial para garantizar el “salpique” ininterrumpido, haciéndole la vida imposible al funcionario honrado para ahuyentar a individuos decentes de inmiscuirse en política. Urge cortar este entramado ignominioso antes de que el juega vivo sea irreversible y que el término Panamá se incorpore al diccionario como sinónimo de corrupción. Insto a los empleados íntegros a no claudicar y resistir las injustas sátiras sin pactar ni acudir a entrevistas de cronistas chismosos y manipuladores. Exhorto a Transparencia Internacional para que inicie una rigurosa investigación sobre el papel de los medios en la corrupción nacional.

Hay que perseguir la corrupción con todas nuestras fuerzas porque las consecuencias son funestas: más pobreza, más inseguridad, menos educación, menos salud, menos credibilidad y más subdesarrollo. Es hora de efectuar una profunda renovación de figuras en medios y partidos políticos. Dudar de la veracidad de todas las noticias presagia un perverso porvenir. Tengo información que hasta algunos autodenominados analistas políticos exhiben similares conductas impúdicas. De proseguir el descaro, la oportunista sombra chavista podría oscurecer nuestro futuro. No quiero lamentaciones después.

@xsaezll

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