jueves, 14 de junio de 2012

Cuando la modernidad se bate a duelo con la cultura

Hace más de un año el Metro Bus inició operaciones, primero por los corredores y luego gradualmente en las denominadas rutas troncales. Eso sí, en medio de la reacia actitud, que como siempre, para bien o para mal nos caracteriza. Aunque en el fondo la mayoría somos gente trabajadora, echa’a pa’lante, sobre todo en los momentos más difíciles. 
 Esa gradualidad ha chocado en el proceso con otro muro, tal vez, el más complicado de todos: la cultura del panameño, que por varias décadas surfeó un sistema de desorden, terror y muerte, que dejó a través de los años familias destruidas, hogares sin padres y madres e hijos, lesionados, todo en cierta forma con la complicidad de las autoridades de turno que por el costo político jamás se atrevieron a transformar los diablos rojos pese a que lo prometieron.
 Y aunque muchos, ya sea por razones de formar parte de la oposición, porque no gustan del gobierno o porque son de los que critican todo por el simple hecho de criticar hasta si sale el sol durante el día y le hace sudar más, digan que nada ha cambiado y con ligereza se atrevan asegurar que los diablos rojos eran mejor, es necesario poner en perspectiva los cambios que en nuestra cultura ha significado la implementación del MetroBus, que lo que muchos no han entendido, va más allá de reemplazar arcaicos y condenados vehículos por buses nuevos.
 Tal vez no se han dado cuenta o lo reconozcamos o no, pero ha habido cambios, importantes o no, grandes o pequeños, no sé; sin embargo, es un comienzo. Por algo se empieza. De salida puedo decir que ya sabemos y vemos que no se puede pedir paradas donde nos parece ni el bus puede recoger o parar donde les da la gana.
 No se los demás, pero les aseguro que no extraño las regatas, los malos tratos, el desorden, la inseguridad dentro de los buses, ni los golpes de la gente al subir o bajar o las músicas estridentes, menos los del supuesto “gueto” con los que se identificaban o caracterizaban los llamados “pavos” y muchos conductores improvisados que manejaban sin documentos y encima como alma que lleva el diablo por el simple “cuara” o como decían “hay que recoge’e” sin importarle la vida de los usuarios que hacían posible su existencia, porque no quedaba de otra.
Al principio escuché que una señora se quejaba que los asientos del Metro Bus eran duros y, más luego, otra persona dijo que hacía mucho frío dentro del bus o que a veces goteaba dentro. No sé si es que soy muy optimista, pero si los asientos son duros estoy seguro que no me romperán los pantalones así como perdí varios producto de alambres y clavos de los asientos de los diablos rojos. Estoy seguro que aquel individuo que fue noticia en los medios pues casi se desangra al cortarse con el hierro del asiento del diablo rojo, tampoco extrañará dichos asientos y menos estará de acuerdo con los argumentos de la primera señora.
Que si dentro del Metro Bus se pone como el polo norte, sobre todo cuando llueve, la verdad que prefiero eso mil veces al recordar como sudaba la gota gorda dentro de los diablos rojos con las ventanas cerradas cuando llovía, impregnándome con la esencia de otros y no necesariamente perfume; prácticamente asándome, por decir lo menos, junto al resto de los usuarios que apretados llenaban hasta el último rincón dejando al “pavo” tal como les gustaba: colgado de la puerta. Del tiempo que tiene el Metro Bus, nadie me ha gritado que me corra porque “los asientos son de a tres” (recordarán que los buseros diablos rojos ampliaban un poco el puesto de la derecha para decir que era de tres, quedando la mitad de una persona al aire) ni tengo que colgar de la barra como mono para pasar de un extremo al otro.
Si bien los Metrobuses se llenan, veo gente tranquila, aprovechando el aire, escuchando música con audífonos, conversando moderadamente con quien esté al lado, otros aprovechan para leer en su ida y vuelta, el bus está iluminado, hay respeto, nadie te incomoda, se respira algo de paz… No puede ser que yo sea el único que vea esa abismal diferencia a lo que era viajar en diablo rojo.  
En el MetroBus no creo que vea gente tirando basura por la ventana o subiéndose o bajando por allí, pues no se puede abrir. Hay una puerta de entrada y otra de salida. La gente hace fila, quien se quiera colar (porque siempre hay los juega vivos) tendrá que pensarlo dos veces; las personas han aprendido a utilizar el pago electrónico, ningún conductor va a cambiar a su antojo el pasaje porque llegó cierta hora.
En fin, hay muchas cosas buenas que creo que no solamente hay que ponderar sino que hay cuidarlas para que se mantengan así y mejoren. Porque tampoco quiero decir que todo está perfecto. No. Hay cosas que corregir y mejorar. Pero ahora podemos exigirle a una empresa. ¿Con los diablos rojos a quién se le pedía cuentas, y quién se atrevía a hacerlo?
Tenemos que ser vigilantes de que el sistema mejore y se de buen servicio, que si hay malos conductores enseñarles a ser como deben ser y que aprendan la lección, tenemos que jugar nuestro rol como usuarios. Hablando de vigilantes y jugar rol, no podemos permitir que el desorden se vea dentro del Metro Bus porque hay gente que cree y quiere que el relajo continúe. Hay que exigir que haya buen comportamiento de los mismos usuarios. Cuidar los asientos, colaborar con el aseo dentro. Velar que los discapacitados y gente adulta o mujeres embarazadas tengan su preferencia.
Mientras escucho gente criticando el Metro Bus, me ha tocado ver que en varias unidades se han robado los martillos para romper las ventanas en caso de emergencia, basura dejada por la gente que incluso come dentro, estupideces escritas en los asientos. No sé si se han robado también los extinguidores en algún bus, pero no me extrañaría porque para la maleantería y el juega vivo hay una ínfima minoría a quienes para eso sí les sobra ingenio. Hay jóvenes supuestamente “estudiantes” rayando paredes o los puestos con pilotos o lo que sea; incluso un estudiante de un colegio, cuyo nombre de momento no diré para no avergonzar el plantel, sin importarle que lo estuvieran viendo, metía su basura de galleta y jugo por la ranura de los asientos. ¿Será que eso es lo que aprende en la escuela y en la casa, y no les alcanza el cerebro para aprender buenas costumbres? Ya he perdido la cuenta de las cajetitas de chicles y otros desperdicios metidos en las ranuras de las ventanas. Si eso es lo que queremos y dejamos que pase en el nuevo sistema, vamos por mal camino.
Lo anterior pudiera parecer insignificante, pero por allí empieza el deterioro de un servicio o transporte. Cuando nos hacemos de la vista gorda y permitimos que el relajo de alguna manera continúe, bajo una actitud de poco importa. Sí, es cierto que hay que pedir que mejore el servicio del transporte. Pero el sistema es más que cambiar de buses, requiere del cambio de nuestra cultura. Los buses por sí solo no son nada, requiere de operarios y usuarios para su movimiento. Requiere de una empresa y operarios que presten el servicio como se merecen los usuarios, quienes también deben hacer uso adecuado del mismo. Eso incluye cuidar las cosas. Estoy seguro que si hacemos un cambio en nuestra cultura podremos no solamente cambiar el sistema de transporte sino muchas otras cosas. No puede ser que pretendamos que otros cambien y nosotros no.

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