El espectáculo periodístico desplegado recientemente por algunos reporteros sobre un fortuito intercambio de bebés ocurrido hace tres años en el HST violó el derecho a la privacidad de las familias y los niños. ¿Quién asume el daño sicológico que sufrirán los afectados? Tarde o temprano, esos menores de edad conocerán que fueron parte de un drama nacional. Aunque la noticia ayudó, sin duda, en la rápida solución del cambio de neonatos, en varias reseñas se divulgaron aspectos privados de las parejas implicadas y, en otras, se insinuó que los hospitales estatales carecían de protocolos de actuación para la identificación correcta de los infantes que nacen en sus maternidades. Esa acusación no solo constituyó una calumnia, sino que podría propiciar una innecesaria zozobra en las numerosas embarazadas que acuden a estos centros para la culminación de su gestación.
Los medios deben entender que no toda noticia es susceptible de trato circense. Hasta la saciedad hemos visto cómo periódicos y televisoras sacan a las personas masacradas en accidentes o aquejadas por alguna tragedia en sus portadas o programas de máxima visibilidad. La sociedad debe hacer un enérgico llamado para que todos respetemos la privacidad del ser humano. Conviene advertir, no obstante, que en el caso de los bebés cambiados, el abogado a cargo también evidenció falta de ética al colocar su protagonismo personal por encima de la intimidad de las víctimas.
La información es un privilegio incuestionable como incuestionable también es la necesidad de intimidad. La Declaración Universal de los Derechos Humanos menciona que todo ciudadano tiene la prerrogativa de buscar, difundir y recibir informaciones. Informar es transmitir a un sujeto externo algo que le permite formarse y no tiene nada que ver, por tanto, con la opinión de un comunicador en particular. Intimidad es la libertad que tiene toda persona a desarrollar su existencia en soledad o en compañía de otros seres. La condición que permite a una persona excluir a los otros sujetos hace que la intimidad no pueda ser invadida sin el consentimiento del individuo.
El interés público se define como un hecho o acontecimiento que afecta de forma positiva o negativa al grupo social. El problema surge cuando se confunde ese interés con la curiosidad y en nombre del derecho de información se invade el entorno privado de las gentes. Las normas deontológicas del periodismo indican que sus miembros tienen la obligación de salvaguardar el derecho que tiene todo individuo a su intimidad y vida privada, propia o familiar. Las señas características y fotográficas de una persona solo pueden ser reproducidas y vendidas con su anuencia. La telebasura, la prensa del corazón y el sensacionalismo rampante han deteriorado esos criterios éticos.
En la actualidad, las redes sociales han exacerbado el irrespeto a la confidencialidad de los seres humanos. Con relativa frecuencia vemos imágenes propagadas por periodistas en Twitter, Facebook e Instagram con rostros y datos personales. Hace tan solo unos días, un presentador de noticias matutinas reveló nombre, apellido y teléfono celular de un sujeto que supuestamente le había proferido una amenaza sin siquiera confirmar la procedencia y autenticidad de la intimidación. Ese mismo comunicador tiene la costumbre de esparcir todo lo que le llega a su iPad, sin aplicar ningún filtro técnico o asesoría de expertos antes de emitir comentarios, muchas veces calumniosos.
Resulta también interesante advertir la respuesta de los medios respecto a situaciones que caen en la esfera privada de los funcionarios gubernamentales de turno. Ya es habitual en el mundo occidental que se destapen amoríos y vicios de políticos, aunque los mismos sean ejecutados en lugares íntimos y fuera de horas laborales, alegando que los defectos o virtudes son fundamentales para ejercer una buena función estatal. A mí me parece poco ético y hasta peligroso cruzar la línea de la intimidad para fisgonear en el terreno exclusivo de las personas, sean personajes políticos o no. Urge redefinir las reglas de la democracia mediática. En el tema del amarillismo periodístico, además, hay mucha hipocresía de fondo. Estoy convencido de que a muchos panameños, las cosas que les alarman y disgustan en público, les agradan y las practican en privado. Cosas veredes...@xsaezll
No hay comentarios:
Publicar un comentario