El 10 de julio de 1987 amaneció con un anuncio en los restringidos medios de comunicación de la época. La Cruzada Civilista, el grupo opositor más beligerante que tuvo la dictadura militar, convocaba al pueblo a reunirse en la Iglesia del Carmen, a fin de marchar hacia el centro de la capital panameña.
Nada hacía presagiar lo que sucedería pocos minutos después de congregado un número plural de personas en el sitio de reunión. Súbitamente aparecieron, en rabiosa carrera, vehículos blindados pintados de azul y de verde olivo, cargados de unidades especiales contra disturbios. Fue como una gran emboscada, preparada y ejecutada con saña y ventaja.
Los presentes en las inmediaciones de la iglesia en la vía España vivieron lo inenarrable, lo que jamás había sucedido: las fuerzas antimotines –llamadas Dobermans por su ferocidad– convirtieron lo que se suponía iba a ser una protesta pacífica en una sangrienta y brutal represión.
Ese 10 de julio de 1987 se convirtió en uno de los detonantes que, posteriormente, acabaría con el dominio militar en el país. Fue el "viernes negro".
Los antecedentes
El Panamá que se comenzaba a dibujar tras la muerte del general Omar Torrijos en 1981, tenía una clara tendencia hacia el endurecimiento del militarismo.
Luego de limpiar al camino de potenciales adversarios, Manuel Antonio Noriega hizo una movida que terminaría pagando caro: desplazar de la jefatura de las Fuerzas de Defensa al coronel Roberto Díaz Herrera, enviándolo al retiro.
Visiblemente resentido, Díaz Herrera –familia del general Torrijos y uno de sus colaboradores en el frente militar– decidió hacer un mea culpa público, revelando de paso todo lo que sabía del general Noriega. Así, denunció el fraude electoral de 1984, el plan de Noriega para asesinar a Omar Torrijos, así como la participación de las Fuerzas de Defensa en la muerte del médico Hugo Spadafora.
Tales revelaciones fueron la chispa necesaria para la protesta ciudadana y el surgimiento de la Cruzada Civilista, que apeló a la desobediencia civil como principal arma contra los militares.
Los llamados civilistas pedían entonces a los panameños que no pagaran impuestos, ni los servicios básicos de luz, agua y teléfono. Además solicitaban un gran sacrificio al pueblo: no comprar la lotería oficial.
El Gobierno PRD reaccionó con la suspensión de las garantías individuales y una declaración de estado de emergencia nacional. Y el "viernes negro" fue la forma que usó Noriega para decirle a los civiles quién tenía el sartén por el mango.
Nada hacía presagiar lo que sucedería pocos minutos después de congregado un número plural de personas en el sitio de reunión. Súbitamente aparecieron, en rabiosa carrera, vehículos blindados pintados de azul y de verde olivo, cargados de unidades especiales contra disturbios. Fue como una gran emboscada, preparada y ejecutada con saña y ventaja.
Los presentes en las inmediaciones de la iglesia en la vía España vivieron lo inenarrable, lo que jamás había sucedido: las fuerzas antimotines –llamadas Dobermans por su ferocidad– convirtieron lo que se suponía iba a ser una protesta pacífica en una sangrienta y brutal represión.
Ese 10 de julio de 1987 se convirtió en uno de los detonantes que, posteriormente, acabaría con el dominio militar en el país. Fue el "viernes negro".
Los antecedentes
El Panamá que se comenzaba a dibujar tras la muerte del general Omar Torrijos en 1981, tenía una clara tendencia hacia el endurecimiento del militarismo.
Luego de limpiar al camino de potenciales adversarios, Manuel Antonio Noriega hizo una movida que terminaría pagando caro: desplazar de la jefatura de las Fuerzas de Defensa al coronel Roberto Díaz Herrera, enviándolo al retiro.
Visiblemente resentido, Díaz Herrera –familia del general Torrijos y uno de sus colaboradores en el frente militar– decidió hacer un mea culpa público, revelando de paso todo lo que sabía del general Noriega. Así, denunció el fraude electoral de 1984, el plan de Noriega para asesinar a Omar Torrijos, así como la participación de las Fuerzas de Defensa en la muerte del médico Hugo Spadafora.
Tales revelaciones fueron la chispa necesaria para la protesta ciudadana y el surgimiento de la Cruzada Civilista, que apeló a la desobediencia civil como principal arma contra los militares.
Los llamados civilistas pedían entonces a los panameños que no pagaran impuestos, ni los servicios básicos de luz, agua y teléfono. Además solicitaban un gran sacrificio al pueblo: no comprar la lotería oficial.
El Gobierno PRD reaccionó con la suspensión de las garantías individuales y una declaración de estado de emergencia nacional. Y el "viernes negro" fue la forma que usó Noriega para decirle a los civiles quién tenía el sartén por el mango.
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