Hace cuatro años, Curundú era una frontera dentro de la ciudad que nadie se atrevía a traspasar. Quien entraba tenía que hacerlo custodiado por un policía.
De aquel populoso sector de casitas de madera, zinc y retazos de cartón, de veredas y pasadizos -testigos silenciosos de la violencia que prevalecía en la comunidad- hoy solo se pueden contar relatos y no números en rojos.
El nuevo Curundú, como sus moradores le llaman, ya no figura entre los lugares más peligrosos y tampoco es aquella cueva, inframundo o suburbio que algunos llegaron a conocer. El cero es la única cifra que prevalece en aquel registro, donde una vez se anotaron las cantidades de hechos que en ese sector se cometían.
“El año pasado, ya en estos primeros cuatro meses, podría haber tres o cuatro homicidios y cinco heridos, y ahora están en cero”, expresó el subcomisionado Raymundo Barroso, jefe de la Unidad Preventiva Comunitaria (UPC).
Barroso reconoció que con el proyecto de Renovación de Curundú y las oportunidades de trabajo para las personas, incluyendo miembros de pandillas, fue la clave para que bajarán los incidentes delictivos. Recordó que antes solía registrarse una balacera por noche y dos o tres a la semana, “ahora ni se escuchan”.
Las pandillas no se han logrado erradicar, incluso todavía conservan sus mismos líderes. Cortar de lleno este flagelo es una de las labores de la UPC, destacó el subcomisionado.
Para hacerlo se trabaja con la niñez. “Antes, el niño jugaba a ser pandillero con un pedazo de madera o un recorte de un arma, ahora vuela cometa, juega canica o está en otras actividades que son más provechosas”, expresó el jefe de la unidad.
La UPC ha venido a brindarle la seguridad a los curundeños que antes no percibían. Ha cambiado esa imagen del policía desconocido y represivo, que custodiaba un área específica, al policía amigo que mantiene contacto directo con la comunidad. Además, cuenta con unidades encargadas de asegurar las calles y áreas limítrofes para evitar cualquier incidente.
Aquel barrio, que extranjeros y nacionales veían como una frontera inquebrantable y donde sus habitantes -tachados por la desigualdad social- aprendieron a convivir con la inseguridad e insalubridad y donde los niños jugaban en medio de las aguas negras, ya no existe.
Ahora desde la Frangipani lo que se aprecia es un complejo residencial, un ambiente diferente que insta a todos a visitarlo.
Los curundeños dejaron atrás los caserones y baños improvisados. Aquellas veredas a medio construir hoy son aceras donde los niños corren y juegan, pero no a policías y ladrones, sino al fútbol o las canicas.
La otra cara
Sus habitantes pasaron de vivir en una estructura insegura, donde muchos en invierno sentían temor que fuera arrasada por las aguas del río Curundú o por un voraz incendio, a un apartamento. Ya no tienen que subirse al lomo un tanque para buscar agua, porque todo los servicios los tienen en esas cuatro paredes, ahora de cemento.
“El cambio ha sido total. Las personas tienen otra mentalidad, quieren echar para adelante. Ya tu no vez el Curundú mangajo y derrotado”, manifestó Zulma de Argüelles, quien antes vivía en el sector de La Caseta.
Zulma es testigo de la transformación de su barrio y se atreve a decir que ahora quien quiera visitarlo puede hacerlo a cualquier hora. Si alguien está perdido, la gente le sirve de guía. “El que entra, puede entrar seguro que sale vivo”, aseguró la mujer.
Los muchachos, refiriéndose a aquellos que una vez pertenecieron a pandillas, están más tranquilos y pensando en trabajar.
Esto no fue un cambio solo estético del lugar, sino un cambio conductual de las familias, sostuvo Manuel Soriano, director nacional de Ingeniería y Arquitectura del Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial (Miviot).
“El Curundú que nosotros encontramos de mucho conflicto entre pandillas, homicidios, robos, delincuencia; ese inframundo que había en medio de la ciudad y un área olvidada ha cambiado mucho“, rememoró el ingeniero.
En cambio, dijo que el que se conoce ahora es aquel donde se puede caminar y recorrer las calles sin un policía al lado.
El pastor Ernesto Cambel también da testimonio del cambio. Narró que hasta él mismo cuando le tocaba entrar a la comunidad, lo hacía orando, pero ahora las cosas han cambiado. “Hay ciertas cositas todavía, pero este ya no es el Curundú de antes”, relató.
Soriano, al igual que Barroso, coinciden en que el haber involucrado a los moradores en la toma de decisiones y en toda la transformación, fue el éxito de la reconstrucción de aquel barrio marginado y excluido de la sociedad por muchos años.
Quizás preocupe que con el proyecto finalizado mucha de la mano de obra, la mayoría expandilleros, quede cesante y esto pueda dar paso a que la delincuencia vuelva a abrir paso en el sector.
Sin embargo, de las 800 personas de Curundú que laboraron en el proyecto, por los menos 600 a 700 continúan trabajando en otras obras y empresas constructoras.
Cambio de mentalidad
- Capacitar a la gente de Curundú para que aprendieran a cómo desenvolverse en el ámbito laboral fue un proceso largo, porque se trataba de personas que, además de venir con parámetros conductuales, eran reacias y herméticas.
- Con el programa técnicas y herramientas para el empleo, que iba acompañado de talleres de cómo mejorar el autoestima y también se le enseñaba no solamente a cómo hacer una hoja de vida y cómo enfrentarse al campo laborar, sino también a saber qué hacer en una entrevista de trabajo, quizás fue la prueba más difícil.
- Gracias al Proyecto, la mentalidad del propio curundeño ha cambiado, así como el de las empresas. Actualmente, hay más de 386 personas trabajando (10% eran expandilleros), que pasaron por este programa. Algunos están en hoteles, como manipuladores de alimentos, en bancos, supermercados y en el Centro de Orientación Infantil de Curundú.
- Recuerdo que en el primer taller, las personas llegaban con una forma de vestir y un lenguaje muy particular por el entorno donde vivieron, y al final eran otros, puesto que aprendieron a controlar su carácter, emociones, y a hablar dentro de un entorno laboral y que cada cosa tiene su momento y su lugar.
- Creo que esto ha llevado a los curundeños a mirar las cosas desde otro punto de vista. Quizás donde vivían antes, en esas condiciones, no eran motivadoras, ahora con un trabajo y con el nuevo ambiente, eso ha sido motivador y cambia su percepción. Incluso los índices a salir a buscar trabajo, pues antes simplemente por decir que eran de Curundú les cerraban las puertas.