La historia de Panamá ha sido marcada por individuos que tuvieron la capacidad de interpretar la época que les tocó vivir, a partir de una visión de desarrollo nacional.
Uno de estos personajes fue Belisario Porras, quien dio forma y cimentó la institucionalidad nacional para enfrentar los retos que surgieron con la nueva república, entre los que destacan educación, salud y la producción de alimentos. Su capacidad de comprender el momento histórico fue valorada por el pueblo que le eligió tres veces presidente.
En la década del cuarenta del siglo veinte, surge Arnulfo Arias, cuya idea nacionalista le compromete al desarrollo de un Estado basado en los valores intrínsecos de su población. Sobre esa base intentó darle forma a su visión política pero todos sus esfuerzos fueron entorpecidos por el poderío de los sectores económicos que, al menos, en tres ocasiones lo derrocaron y en dos le cometieron fraude electoral.
La percepción nacionalista de Arias fue modificada y amplificada por el siguiente personaje, Omar Torrijos, cuyo proyecto político fue más ambicioso por cuanto involucraba la recuperación del Canal de Panamá y las áreas adyacentes, así como la salida de las tropas militares de Estados Unidos, acantonadas en el país desde principios de la vigésima centuria.
Torrijos falleció en un misterioso accidente aéreo en 1981, cuatro años después de haberse firmado los tratados que concretaron su objetivo nacional. No obstante, el Canal de Panamá pasó a manos panameñas y las áreas colidantes sirven hoy de polo de desarrollo.
Ricardo Martinelli, llena un vacío
Arnulfo Arias fallece en la segunda mitad de la década de los ochenta y Panamá pierde a su último prohombre. Posteriormente, llegaría la más grande crisis política que atravesaría el país y la invasión militar estadounidense que derrocó al último dictador castrense, hoy encarcelado en un centro penitenciario local.
Posteriormente, fueron elegidos gobernantes, algunos con capacidad y criterios definidos pero ninguno supo levantar el pendón quedado a la deriva luego de la muerte de Arias y Torrijos. Ninguno tuvo el carisma ni la capacidad de entrar en verdadera sintonía con el pueblo, solo fueron presidentes elegidos que cumplieron un período sin mucha proyección ni relevancia.
El escenario político terminó por adquirir las características de un mercado persa donde se ofertaba y se compraba. El país había surgido de una era de oscurantismo y ahora navegaba sobre corrientes mercantilistas estimuladas por grupos de poder que se formaron durante la dictadura militar.
Desbaratada la cúpula de los cuarteles, la política fue adoptada por otro tipo de tiranía, integrada por medios de comunicación y agentes del poder económico que empezaron a concentrarse para ejercer presión y chantajear a los mandatarios de turno.
Es por eso que los gobiernos, en el retorno democrático, vivieron secuestrados por los intereses del poder mediático-económico y el único cambio que ocurría era el de los partidos alternándose en el poder, amparados por el denso manto de la oscuridad donde tramaban sus estrategias.
Cuatro administraciones se sucedieron sin que se solucionaran problemas como el transporte, la red vial capitalina, las carreteras hacia provincias, el pago de la deuda social y otros compromisos que eran de vieja data, como los relacionados con la educación, la salud y las infraestructuras.
Con la reversión del Canal de Panamá en 1999, aquellas riquezas que empezaron a fluir con la administración nacional, no llegaban al pueblo. Fue evidente la rapiña cuando los personeros de los gobiernos de aquellos años comenzaron a repartirse las propiedades de la antigua Zona del Canal, especialmente los del Partido Revolucionario Democrático (PRD), convertidos en nuevos millonarios.
Ricardo Martinellli, un empresario diferente
El hastío hizo efervescencia en el pueblo. En el 2009 se había alcanzado un nivel de frustración que se vio reflejado en las elecciones en las que fue elegida, por primera vez en la historia del país, una tercera fuerza política, representada por el partido Cambio Democrático, con Ricardo Martinelli a la cabeza.
Martinelli es un empresario que hizo su fortuna con un duro trabajo diario. Levantó sus empresas en un esfuerzo inédito de evolución comercial. Tal vez su personalidad obnubiló a sus adversarios que no acertaron a descifrar su cuadro genético, marcado por la capacidad estratégica y la osadía.
Arrasó en el torneo electoral de 2009 y dejó a un paso del abismo político a los partidos tradicionales, el PRD y el Arnulfismo, enfrascados en luchas intestinas, generadas por la voracidad de sus dirigentes.
Martinelli había probado lo que era la derrota contundente cinco años antes, cuando su propuesta solo captó el 5 por ciento de los votos del electorado. Pero como un exitoso hombre de negocios, hizo los ajustes necesarios y volvió a la competencia, con los resultados antes descritos.
Martinelli y su doctrina desarrollista
Ricardo Martinelli aparece en un momento en que los modelos de centro izquierda y centro derecha son derrotados por una nueva fórmula de la izquierda radical, tal como ha ocurrido en varios países de Sudamérica.
Su doctrina es desarrollista siguiendo la herencia de los anteriores líderes y dentro de ese concepto es un liberal o empresario social, que basa el desarrollo y el crecimiento nacional en tres pilares, una profunda reforma tributaria, la atracción de la inversión extranjera y las utilidades del Canal, que le dan sostén a sus proyectos de inversión pública y social.
Ha demostrado ser un hombre de respuestas y de cambios; por eso es diferente a los políticos profesionales que conocemos, alérgicos al trabajo y proclives a la fantasía y a la mentira, cuyo paso por las esferas públicas solo ha dejado un rastro de corrupción.
Todo ese dinamismo empresarial de Martinelli ha sido transferido a sus acciones gubernamentales, de allí que haya logrado zarandear a los políticos tradicionales que no encuentran la manera de descifrar sus movimientos y mucho menos de conocer el secreto de su éxito como administrador, tanto privado como público.
El pacto con los trabajadores
Como empresario con conciencia social ha respetado a los trabajadores, ya que los considera una fuente de riqueza para el país. Por ello, ha establecido un pacto social con ellos, reflejado en los compromisos del Estado y en el cumplimiento de sus propuestas, como ha sido el aumento salarial más alto de América Latina.
En el plano de justicia social, Martinelli ha reconocido la responsabilidad del Estado (no de su gobierno) en el caso de los pacientes de la Caja de Seguro Social envenenados con dietilenglicol, a quienes se les ha concedido una pensión vitalicia y atenciones especiales.
De igual manera, en otro asunto postergado por anteriores gobiernos, ha tomado la decisión de pagar los Décimo Tercer Mes, adeudados desde hace más de dos décadas, además se ha legislado en su administración para que se le paguen prestaciones sociales al empleado público injustamente destituido, cual víctima propiciatoria de los políticos cada cinco años.
Pero el más importante es la de crear una clase trabajadora tecnificada y especializada, como consecuencia de las obras que se están construyendo con alta tecnología, entre los que destacan los obreros de la minería y los que laboran en la construcción de su obra insignia, el Metro de Panamá.
Compromiso con la democracia
Aún teniendo todas las posibilidades de ganar una reelección, idea que amedrenta a los partidos de oposición y a sus enemigos de la dictadura mediática, ha preferido mantenerse al margen del próximo torneo electoral para no afectar la institucionalidad del país.
Martinelli se convierte en el líder democrático de las próximas décadas, que se espera introduzca una reforma a la Constitución, para actualizarla y ponerla a tono con los tiempos de cambio que vivimos.
Estamos ante la presencia de un nuevo líder para una nueva época de cambio