Un total de 512 familias espera mudarse a la tercera etapa del proyecto de renovación urbana. Un futuro que no todos comparten.
Luego de 48 años de vivir en una casa de madera, a Eloida Ballestero le parece “raro” que en menos de tres meses por primera vez vaya a dormir en un apartamento.
Esta ama de casa reside en Nuevo Amanecer, el último de los sectores de Curundú en donde 512 familias están en espera de ser reubicadas en uno de los 13 edificios que construye la empresa Norberto Odebrecht y que forman parte de la tercera etapa del proyecto de renovación urbana de este sector popular, obra en la cual el Gobierno invierte $94.3 millones.
Son las 9:00 a.m. y un ejercito de niños menores de cinco años levanta una polvareda corriendo por todo el sector, detrás de una pelota de fútbol emulando a los jugadores de la selección nacional.
En tanto, a la distancia, Yiovani Montenegro acomoda en varias cajas de madera frutas y vegetales comprados en el cercano Mercado de Abastos.
Este comerciante informal de 43 años, mientras narra su historia le saca la cuenta a un cliente, limpia la mercancía, espanta varias moscas y “le echa un ojo” a uno de sus seis hijos.
Lleva 28 años viviendo en el mismo caserón de madera de Curundú.
“Ahorita mi preocupación es cómo voy a pagar los $50 para vender la mercancía en los locales del edificio donde nos van a mudar. Eso junto a la mensualidad del apartamento ($50) es algo que voy a tener que pagar ahora.
Tengo que ver cómo hago para apartarlo”, agrega Montenegro mientras que un policía que lo escuchaba movía la cabeza afirmativamente.
El nombre de este uniformado es Pedro Torres, y durante los últimos tres años ha patrullado en este sector.
De acuerdo con las estadísticas de la Policía Nacional, desde que comenzara a construirse el proyecto de renovación urbana, los índices de criminalidad en Curundú han disminuido 80%.
“Lo que pasa es que los integrantes de las bandas ahora están trabajando y llegan cansados a la casa y no tienen tiempo para la “balacera” ni la ociosidad”, explica Torres con el tono de voz de quienes conocen de cerca un problema.
Metros más allá, Aristarco Palacio, lleno de grasa, de pies a cabeza, trabaja en un vehículo tipo panel, que por su exterior parece tener varios años en reparación.
Levanta la mano derecha y con su dedo índice apunta a su ombligo señalando que hasta esa altura le llegaba el agua cada vez que se inundaba el sector, debido a las intensas lluvias.
A Aristarco, a quien le falta el dedo meñique de la mano derecha, porque lo perdió “jugando” con un machete, le entusiasma la idea de mudarse a un edificio nuevo.
“Mira, ya a nosotros no nos ven igual. Cuando ahora tú dices que eres de Curundú te contestan: ¿Oye y yo cómo hago pa que el barrio donde yo vivo sea así como el tuyo? Eso a uno lo llena de orgullo, sobre todo sabiendo que antes si decíamos que eramos de aquí no nos daban ni trabajo”, agrega el mecánico sin soltar un destornillador lleno del aceite que expide el viejo vehículo.
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