La crisis parana que arrancó con la candidatura de Balbina Herrera se profundiza sin salida a la vista. Desde entonces no cesa la lucha entre corrientes políticas encontradas por el control del PRD. Pero la polémica entre Juan Carlos Navarro y Michel Doens no solo somete a riesgo la titularidad de la candidatura presidencial, sino que exhibe elementos que están conduciendo a la secesión del partido.
Navarro y Doens exigen públicamente su respectiva renuncia del PRD, y exhiben la incompatibilidad profunda entre los sectores que encabezan. Doens quiere que Navarro desaparezca del PRD porque lo está llevando a una segunda derrota electoral que en cinco años más, puede determinar la desintegración del partido. Navarro no puede remontar su descenso constante en las encuestas mientras tenga sus peores enemigos dentro de la organización. Cree que al expulsarlos, su apoyo podría mejorar. Más allá del conflicto intrapartidario, la tendencia declinante de Navarro muestra la reacción del electorado ante una membresía carcomida por las luchas intestinas de poder.
La revisión retrospectiva de la crisis del PRD lleva a la conclusión de la presencia de sectores que, a cualquier precio, pretenden disfrutar las ventajas de llegar a la presidencia. En el proceso electoral del PRD de 1999, se ventilaron denuncias entre Navarro y Herrera de favoritismos, falsas promesas de apoyos, manipulaciones de Martín Torrijos y su grupo para cerrarle el paso a la candidatura presidencial del rentista de San Felipe, por la debilidad de sus opciones reales.
Tras la catastrófica derrota de Balbina se entregó la conducción del partido a la corriente de veteranos de la era Pérez Balladares para que, en breve lapso, realizaran la autocrítica que pudiera cicatrizar las heridas. La facción de Doens, Sánchez Cárdenas, no satisfizo las metas del encargo, y prolongó la parainidad del mandato en medio de protestas del sector navarrista, empeñado en ganar la Secretaría General y administrar la nominación del candidato presidencial.
En apariencia pudo identificarse la pugna como el conflicto entre una nueva generación insurgente y una gerontocracia camino al ocaso. Hechos objetivos demuestran que, más que un forcejeo entablado entre generaciones, la crisis parana es mucho más profunda y se aloja en la estructura misma del PRD. Hay asuntos de orden ético que los dirigentes ocultan o postergan, pero no desaparecen sino que empeoran la situación.
La gente desconfía de la calidad moral de militantes vinculados al narcotráfico, al crimen organizado, a empresarios que están en el partido para hacer negociados, de altos dirigentes procesados judicialmente por denuncias de sobornos colectivos y cosas que subsisten porque el PRD no se ha limpiado de las lacras imputadas. Se quiere echar tierra a los asuntos oscuros esquivando la realidad de la subsistencia de los elementos enraizados con el periodo de la dictadura militar.
Nadie ha pedido perdón en todo ese tiempo por los crímenes, desapariciones de personas, torturas, exilios, hurto de medios de comunicación, y todos los exabruptos y tropelías. Por lo contrario, se agitan en imputar a otros, mientras no asumen la autocrítica que debiera empezar por ofrecer disculpas a los familiares de las víctimas. La crisis de ahora revive el pasado de culpas y complicidades.
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